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Noticias 2017

Un carnaval del siglo XIX...
Viernes 1 de marzo de 2019

Un carnaval del siglo XIX...

Las festividades de Carnaval son una de las celebraciones más destacadas a nivel de la cultura del mundo occidental. Esta fiesta se ha celebrado desde hace siglos y aunque sus formas de expresión y prácticas han sido variadas dependiendo de las épocas y los lugares, conservan un sentido de liberación, crítica y ruptura temporal del orden establecido.

Esto ha hecho que las autoridades políticas o religiosas de diferentes épocas, percibieran el carnaval con cierto temor a que significara un desenfreno difícil de controlar o una amenaza que erosionara dicho orden. Un ejemplo de ello fue la medida que tomó el 22 de febrero de 1844 Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires, quien prohibió por decreto la fiesta del Carnaval, como forma de imponer el “decoro” en el espacio de la ciudad.

El gobierno rosista había previamente impulsado esta festividad, a la que se creía portadora de la “tradición” criolla. Las fiestas tenían una fuerte connotación popular en la que participaban diferentes sectores llevándose adelante prácticas lúdicas y burlescas de diversa índole, tales como lanzamiento de agua, huevos y cenizas, acompañadas de mascaradas, disfraces y elementos satíricos. A su vez, el carnaval representaba una vía de exaltación de la identidad política en medio de una fuerte fragmentación entre unitarios y federales que derivó en la llamada Guerra Grande. Entre los sectores rosistas, la fiesta hacía posible exteriorizar el repudio a los unitarios, incluyendo la burla y quema de muñecos que representaban a adversarios políticos, tales como Fructuoso Rivera. Se realizaban también desfiles y un despliegue de diferentes cuerpos militares. Como ha señalado la antropóloga Carolina Tytelman “el carnaval era temido por una parte de la población y esperado ansiosamente por otra. La división entre unos y otros en general coincidía con la posición respecto al rosismo. Quienes veían a Rosas y a los sectores populares como una amenaza, temían los desbordes que se producían durante los festejos”.

Las fiestas de carnaval ya se habían reglado por el gobierno a través del decreto el 8 de julio de 1836, donde se establecieron las “reglas fijas para el juego de carnaval, a fin de precaver los excesos notables que algunas veces llegan a cometerse y conciliar por este medio el respeto que se debe a los usos y costumbres de los pueblos, con lo que esencialmente exige la moral y la decencia pública”. En el marco de la guerra, el temor a la acción de los enemigos políticos externos e internos convirtieron al carnaval en una posible “amenaza” para el rosismo, lo que propició una progresiva reglamentación de las fiestas y actividades de este estilo.

Las paulatinas formas de encauzamiento de los “desbordes” vistos como peligrosas armas que los adversarios unitarios podían usar en contra del rosismo, desembocó en el decreto del 22 de febrero de 1844 que prohibía esta festividad. Dicha medida fue celebrada por muchas personas de Buenos Aires y la región, sobre todo, entre aquellos sectores pertenecientes a las clases altas. Este aspecto se percibe muy bien en la opinión que expuso Juan Manuel Berutti (1777-1856) -alcalde de barrio en Buenos Aires, sobre-estante, pagador y tesorero del Real Cuerpo de Artillería- en sus “Memorias curiosas”, diciendo que “el gobierno ha prohibido para siempre el juego del carnaval; habiendo antes del carnaval de este año, que se jugó, prohibido la policía de orden superior el uso de las vejigas, que ha durado este bárbaro juego de vejigas ocho años, que muchas desgracias [h]a causado sin haberse prohibido en tiempo”.

El Museo posee varios retratos de Juan Manuel de Rosas, entre ellos el que aquí se muestra, realizado al óleo por el pintor italiano Baltasar Verazzi (1819-1886) en 1868. Esta pieza fue catalogada en el registro de colecciones del MHN durante mucho tiempo como de “autor anónimo”; lo que despertó una polémica por su autoría. En la carpeta del departamento de Antecedentes e Inventario, correspondiente a la pieza, se conserva una copia de una carta, fechada el 10 de enero de 1924 enviada por el entonces director del museo Telmo Manacorda, dirigida al “Sr. Palomeque” donde expresaba que este cuadro ocupaba un lugar en la “Sala de la Defensa”, y que al ser “anónimo” el Dr. Eugenio Garzón lo atribuía “los otros días” al pintor francés Raymond Monvoisin (1794-1870). Decía Manacorda “Entiendo que es un error. La nobleza de la expresión, el trazo, el color, la belleza total de la figura se diferencia mucho al Rosas conocido de Monvoisin […]”.

Sin embargo, el “enigma del autor”, parece haberse resuelto recién en 1939 en el proceso de restauración del cuadro, realizado por Miguel Benzo (1879-1966) en el año 1939.

Un carnaval del siglo XIX...

 
Ministerio de Educación y Cultura